Hace unas semanas, en vísperas del 8M, una persona allegada comentaba: “Me causa mucho conflicto que se haya rayen los monumentos, es que, no sé, entiendo la lucha y la demanda, pero no el hecho de que se haya rayado el monumento, es algo público, es como que por simple principio de respeto a lo ajeno que esas cosas no se hacen”.
Me mantuve en silencio escuchándole y no di respuesta alguna en aquel momento, sin embargo, me quedé obsesivamente repasando cada una de sus palabras hasta que me quedé trabada en aquellas que resumo en “el principio de respeto a lo ajeno”.
Es en ese principio del respeto a lo ajeno donde radica la génesis de cualquier demanda feminista y en general, de cualquier demanda por los derechos humanos y justicia social. Y también radica ahí el por qué, (al menos yo así lo considero) causa tanto conflicto que se rayen y violenten los pisos, cristales y paredes.
Allá afuera, podemos notar que a casi cualquier persona le produce un gran enfado y molestia el hecho de que se violente aquella propiedad que es ajena, sí, aquel enfado es perfectamente sensato y comprensible, ¿a quién le gusta despertar una mañana solo para dar cuenta que le han graffiteado el pórtico o que le han destrozado ventana del automóvil?
A nadie, eso es obvio. Nadie quiere ver que su propiedad ha sido violentada, que ha sido transgredida y rayada, nadie quiere ver así a la propiedad que tanto ha cuidado, por la que tanto trabajó para rentar o comprar.
Bueno, entonces, ¿es que todos los que están allá afuera no pueden darse cuenta que esos rayones y cristalazos se hacen cada 8M justo con la finalidad de llevar a la vista ajena todo aquello que cada día le hacen a nuestros cuerpos?
Lo que se demanda es justo eso, el simple principio del respeto a lo ajeno.
Si el cuerpo que tienes frente a ti en el metrobús o el metro no es tuyo, entonces no lo tocas o lo frotas con el tuyo, por el simple principio de respeto a lo ajeno.
Si el cuerpo que tienes frente a ti en el antro no quiere bailar contigo, entonces no lo drogas para manosearlo a la fuerza, por el simple principio de respeto a lo ajeno.
Si el cuerpo que tienes frente a ti está alcoholizado o drogado, no lo raptas para abusarlo, por el simple principio de respeto a lo ajeno.
Si el cuerpo de la persona que tienes frente a ti no quiere tener sexo con tu cuerpo, entonces no lo violas, por el simple principio de respeto a lo ajeno.
Si el cuerpo que tienes frente a ti no quiere estar contigo, no quiere tener sexo contigo, no quiere vivir contigo, no quiere tener ningún tipo de relación contigo, entonces no lo matas para satisfacer tu deseo de goce o de ego, por el simple principio de respeto a lo ajeno.
Entender el simple principio del respeto a lo ajeno parece bastante sencillo y obvio cuando hablamos de paredes y cristales ¿cierto?, entonces, ¿por qué es tan difícil de entender cuando trasladamos la demanda y el contenido a un cuerpo de carne y hueso?